Por Mariangeles Estrada
Al final no importa por qué te fuiste o por qué me fui. Simplemente no estamos. Nicaragua está allá y nosotros aquí. Al final la nostalgia y la soledad nos han pertenecido, nos han acompañado y nos han amoldado.
Vivir lejos es experimentar un nuevo nacimiento. Nacer adulto en un ambiente donde hay otros olores y sensaciones. Un contexto donde inicialmente todo es desconocido y de repente todo se torna familiar. Desistir de extrañar lo conocido es renunciar, voluntaria o involuntariamente, a una parte de nosotros.
Sin embargo, durante el trayecto, experimenté en mi corazón la soledad cruda y burda porque ya no me acompañaban mis referencias culturales de gastronomía, música y contacto familiar. 
Para conjurar mis nostalgias me acompaño de discos tradicionales que nunca escucho, algunas cotonas bordadas que nunca uso, incomodas carteras de cuero que atestan mi armario, un chischil de paja, una botella de ron, montones de llaveros nuevos comprados en el aeropuerto. Amo esa Nicaragua mía, donde siempre me he sentido bien a pesar de todo. A pesar de la guerra del 79, del SMP, de la contra, de la tarjeta de razonamiento, de la inestabilidad económico-social de los 90, las puertas cerradas de oportunidades y progreso, y la evidente posibilidad de construir una mejor vida en otro país, porque hay más orden, limpieza y ofertas laborales.
Y lejos de constituir la popular postal, guardo fotos de mis viajes a Nicaraguita amada: la Boquita, mi ropa colgando en el jardín, los buses repletos, las palomitas de maíz de Microfer, la marimba del mirador de Catarina, postes de luz atestados de propaganda electoral, la saltadera de Minguito, el monte que crece, la gotera del porche, la casa de mi tío Humberto, la gritería chiquita de Masaya y de todo aquello que se palpa y se vive. Lo que posiblemente no viviré más, pero de forma fragmentada, hoy y siempre, formará parte de mí.
Me he acostumbrado a vivir con la nostalgia debido a que siempre voy a recordar mi infancia y juventud; aunque agonice ante la indiferencia de muchos de mis paisanos (familiares y amigos). Aquellos que me han olvidado porque he muerto en sus recuerdos y en su presente. Ya no mandan cartas, ya no llega nada. Las facturas y la publicidad reinan. Mutismo total de expresiones coloquiales.
Me sentí un poco más tolerante; porque conocí a otros tan solos como yo e igual de distintos. Intercambiábamos residuos de nuestras culturas lejanas. Y fue así que se acomodaron en mí tildes de solidaridad. Ya no quiero ser tan indiferente; porque ahora sé cuando nadie me determina, ser del montón, no tener conectes y recibir miradas de desconfianza.
Adquirí reflejos distintos para subsistir y adaptarme. Hace frío, uso abrigo. Tanto trapo hasta camino diferente. No hay sol, pues palidecí, no soy blanca. No hay maseca, como pan. Ni se me ocurre buscar achiote. Hago menos ruido en la noche. Logré acostumbrarme a vivir diferente y fue así que se precipitaron, en nacer y en consolidarse, algunas calidades humanas.
Terminé por acostumbrarme y por amar lo que antes parecía ajeno. Sin embargo, no creo que haya nacido más tolerante y más flexible, solamente porque ahora hablo francés, me gusta el vino Burdeos, uso el pelo suelto con sombrero, me encanta la colección de moda otoño-invierno. Fue solo que para disfrutar mi nueva vida, adquirí nuevos gustos y aficiones. Sin tantas murallas para comprender puntos de vista ajenos. Sin crear tanta antipatía por lo que no conozco, si todo era desconocido. Y creo que es ahí donde me volví más flexible.
Le di y le sigo dando lugar, a un nuevo archivo en mi vida. He ampliado la base de datos. Me puedes encontrar diferente porque acelere el nacimiento de un poquito más de tolerancia, tres gotitas más de flexibilidad, le comprimí el espacio a la indiferencia, y me deje llevar. Quise fluir para no estancarme y limitarme. ¡Ahora sí! Estoy convencida que mi realidad era, es y será expansión.
@Estradangeles
Ver también:
Festival de Blogs Nicaragua 2011
Migrar: Un nuevo nacimiento – LA PRENSA – Nicaragua
Me gusta esto:
Me gusta Cargando...